martes, 9 de febrero de 2010

¿HAY QUE FESTEJAR EL BICENTENARIO? - Otras voces: La Nueva Provincia


El proximo 25 de Mayo es el cumpleaños de la Patria, entendida como el lugar en el que vivimos, trabajamos, criamos a nuestros hijos y que nos acoge, con sus grandezas y sus miserias.Por ese sólo motivo, es razonable festejar los doscientos años del comienzo de la gesta de la Independencia, que se consolidaría en 1816 y se plasmaría como proyecto en común en 1853.Sin embargo, a la luz de nuestro presente, plagado de dificultades políticas, institucionales y sociales, hay que interrogarse qué festejaremos y, sobre todo, qué sentido le daremos.No es inútil, frente al acontecimiento, recordar que la nuestra fue una gran nación, que acogió a millones de hombres y mujeres de todos los confines de la Tierra y les brindó trabajo y educación; y que, en pocos años, se convirtió en una de las potencias de la época, alcanzando niveles de crecimiento sorprendentes.Hoy, somos una sombra de aquel esplendor, pero aún están las simientes del pasado. Un pasado en el que no todo fue sencillo y que debe ser visto sin pasiones y sin distorsiones antojadizas. Hubo injusticias (siempre las hay); hubo compromisos que, a la luz del presente, pueden juzgarse errados (lo que sucede siempre); hubo errores, algunos graves, pero había un proyecto común, plasmado en el preámbulo de la Constitución Nacional, que guiaba a gobernantes y gobernados.En mayo de 1910, ese proyecto estaba en plena vigencia. Los resultados estaban a la vista y fueron valorados por todo el orbe y, sobre todo, por quienes nos visitaron.
Hoy, en cambio, ofrecemos un presente desolador. Millones de compatriotas viven en condiciones indignas, carecemos de crédito financiero y debemos aún cifras significativas a nuestros acreedores, externos e internos. Nuestra política exterior no está enderezada a proteger los intereses nacionales, sino a satisfacer ideologías no compartidas por la mayoría. Los servicios públicos dan lástima, la otrora brillante educación es un fiasco, que conduce a los niños y jóvenes al nihilismo y la anomia.Las libertades públicas están cercenadas por bandas de forajidos apañadas por aliados al gobierno. La juventud está desorientada, carente de incentivos útiles para la sociedad.Y, sobre todo, los argentinos estamos peleados entre nosotros, inducidos, para que ello persista, por una clase dirigente que se deleita con el enfrentamiento estéril, miente y se corrompe y corrompe a la ciudadanía.La corrupción no es sólo económica; lo es, también, y quizás eso sea más deletéreo, ideológica. Se pretende cambiar nuestra historia; no sólo la reciente, también la anterior. Ignorantes o mentirosos predican embustes sobre nuestros héroes o sobre sus gestas, pretendiendo llevar "agua para sus molinos", sin consideración alguna por la verdad, interpretando los acontecimientos con el sesgo de sus preconceptos.El mayor desaguisado es la ausencia casi total de respeto a la ley. Ello no sólo por la ciudadanía, sino por sus dirigentes, y, entre ellos, quienes ostentan cargos públicos, que se comportan como les da la gana, justificando lo injustificable, robando o beneficiando indebidamente a sus compinches, violando contratos, leyes y derechos inalienables, sin otra justificación que su designio.¿Qué hay que festejar, entonces, frente a esta realidad desoladora?La reacción ciudadana frente a tanto abuso. La existencia de algunos que trabajan por un futuro mejor.Más que un festejo por el fracaso de casi un siglo de declive, hay que celebrar la posibilidad de la recuperación de los principios y conductas que hicieron de este pedazo del mundo una tierra de promisión.El festejo, en consecuencia, deberá ser austero, sin la alharaca de un jolgorio injustificado, sin gastos excesivos, frente al desaliento y la pobreza de tantos. El propósito principal debería ser el de unirnos todos, deponiendo viejos rencores, perdonando ofensas y comprometiéndonos a trabajar (como lo hicieron los fundadores de la Patria) para un futuro promisorio y en paz.
por Guillermo V. Lascano Quintana







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